A lo largo de mis años como miembro de iglesia y ahora como ministro, he observado con preocupación cómo muchos creyentes cambian de congregación con la misma ligereza con la que se elige un supermercado. En algunos casos, ¡parece incluso más fácil cambiar de iglesia que de marca de arroz!
Las razones que suelen esgrimirse para justificar estos cambios rara vez están fundamentadas en la Escritura o en una búsqueda sincera de la voluntad de Dios. Más bien, responden a impulsos emocionales, preferencias personales o expectativas no satisfechas. He escuchado frases como:
• “Pastor, me voy porque aquí no hay crecimiento.”
• “Pastor, me marcho porque no hay espacio para servir.”
• “Pastor, me voy porque usted no me atiende.”
• “Pastor, me voy porque no veo milagros.”
• “Pastor, me voy porque hay mucha hipocresía.”
• “Pastor, me voy porque no reconocen mi ministerio.”
• “Pastor, me voy porque el grupo de alabanza es arrogante.”
• “Pastor, me voy porque esta iglesia es muy tradicional.”
Entre muchas otras, estas expresiones, aunque variadas, tienen un denominador común: reflejan una fe guiada más por las emociones que por los principios de la Palabra. En muchos casos, revelan una falta de madurez espiritual, una visión centrada en el yo, y una ausencia del fruto del Espíritu, especialmente en lo que respecta al dominio propio, la paciencia y la fidelidad.
La iglesia no es un producto que se consume, sino una comunidad que se edifica. Cambiar de congregación sin discernimiento, sin oración, y sin someterse a la dirección del Señor, es una señal de que el corazón aún no ha sido arraigado en Cristo. Es urgente que volvamos a valorar la permanencia, el compromiso y la obediencia como virtudes esenciales de la vida cristiana.
¿QUE ES LA IGLESIA? La iglesia no es un recinto, no es un cumulo de ladrillos y cemento. La etimología nos enseña que la iglesia hace relación un grupo de personas que se reúnen en torno a un propósito, Siendo así las cosas, la iglesia de Cristo se puede reunir en cualquier lugar, así pues que la iglesia no se limita a un templo, sino a un grupo de personas guiadas, dirigidas por un pastor.
¿Pero cuales serán las verdaderas razones para que un creyente tome la decisión de cambiar de iglesia? surge entones otra pregunta ¿Es pecado salir de una iglesia para asistir a otra? Cada caso es total y absolutamente diferente, así que no hay un rasero para medir y decir cuando si o cuando no es pecado cambiar de congregación, lo único cierto es que cuando se sale de manera equivocada del lugar donde Dios le ha plantado, se pierde el propósito tanto para el creyente como para la iglesia donde Dios lo plantó.
Todo creyente necesita de un pastor. Este ha sido establecido por Dios para cuidar del rebaño de Cristo. Es inconcebible que haya cristianos que pretendan vivir su fe sin ser pastoreados. Por eso el Señor compara a la iglesia con un rebaño de ovejas: animales que, por naturaleza, requieren guía, protección y cuidado constante. Así también, los creyentes necesitan dirección espiritual, corrección amorosa y acompañamiento fiel.
Antes de abordar la pregunta sobre cuándo es apropiado salir de una iglesia, es necesario aclarar una verdad fundamental: la iglesia está compuesta por personas pecadoras, guiadas por un hombre imperfecto. Todos, sin excepción, han acudido a Cristo en busca de redención y están en proceso de ser transformados en hijos fieles. Por lo tanto, ninguna iglesia es perfecta. En cualquier congregación encontrará debilidades, errores y áreas que requieren crecimiento. Pero también hallará ministerios valiosos, bien organizados y profundamente comprometidos, que igualmente tienen aspectos por mejorar.
La diversidad de pensamientos, emociones y formas de actuar entre los miembros genera inevitablemente diferencias. Y es precisamente en el manejo de estos contrastes donde se pone a prueba nuestra madurez espiritual. En medio de la imperfección, debe prevalecer la tolerancia, y por encima de todo, el amor de Cristo que nos une como cuerpo.
¿Qué motivos legítimos podrían llevar a un creyente a cambiar de congregación sin comprometer su fidelidad a Cristo?
1. Inicio o cambio de ministerio. En Hechos 13:3–4 leemos: "Entonces, habiendo ayunado y orado, les impusieron las manos y los despidieron. Ellos, entonces, enviados por el Espíritu Santo, descendieron a Seleucia, y de allí navegaron a Chipre." Este pasaje revela un principio fundamental del ministerio: Pablo y Bernabé no se lanzan por iniciativa propia, sino que son enviados por la iglesia, bajo dirección del Espíritu Santo, para cumplir la obra encomendada. El llamado ministerial, aunque profundamente personal, debe ser reconocido y respaldado por la comunidad local de fe.
Por ello, la salida de una iglesia con fines ministeriales debe contar con el aval del liderazgo espiritual. Lo más bíblico y saludable es que el hermano o hermana sea enviado bajo la cobertura de su iglesia local, en comunión y con bendición. Esto no solo honra el orden establecido por Dios, sino que también protege al ministro y fortalece la unidad del cuerpo de Cristo.
En casos excepcionales, cuando el creyente se une a otro ministerio, debe hacerlo en obediencia, humildad y sujeción, reconociendo la autoridad espiritual del nuevo liderazgo, tal como lo hacía con su iglesia de origen. El principio no cambia: el ministro no se envía a sí mismo, sino que se somete al llamado y a la estructura que Dios ha provisto para su edificación y protección
2. Cambio de residencia. Cuando, por razones de fuerza mayor, una familia se ve obligada a trasladarse a otro barrio o ciudad, pueden surgir dificultades significativas para continuar asistiendo a su iglesia local. En casos donde el desplazamiento se vuelve materialmente imposible —ya sea por distancia, limitaciones económicas, o falta de medios de transporte— es comprensible que la participación presencial en la comunidad eclesial se vea afectada. Esta situación requiere comprensión y acompañamiento por parte de la iglesia, así como la búsqueda de alternativas que permitan a la familia mantener su vida espiritual activa, ya sea mediante la integración a una nueva congregación cercana o a través de medios virtuales cuando sea posible.
3. Enfermedad. Existen circunstancias en las que la salud física de una persona se encuentra tan deteriorada que le resulta prácticamente imposible movilizarse por sí misma. También hay casos en los que el hermano o hermana enfrenta enfermedades altamente contagiosas —como la tuberculosis— que requieren aislamiento y cuidados especiales, impidiendo su participación presencial en la vida comunitaria de la iglesia.
La Escritura nos ofrece un ejemplo conmovedor en el vangelio de Marcos 2:3-5, donde se relata la historia de un hombre paralítico que no podía llegar por sus propios medios hasta Jesús. Cuatro personas, movidas por la fe y la compasión, lo llevaron en una camilla, abrieron un agujero en el techo y lo bajaron hasta donde estaba el Señor. El texto dice: “Cuando Jesús vio la fe de ellos, dijo al paralítico: ‘Hijo, tus pecados te son perdonados’.”
Este pasaje nos recuerda que, aunque las limitaciones físicas pueden impedir el acceso directo a la comunidad o al templo, la fe y el amor fraterno pueden abrir caminos inesperados hacia la gracia. También nos invita como iglesia a ser creativos, solidarios y sensibles ante quienes no pueden congregarse, buscando formas de acercarles el consuelo, la enseñanza y la comunión espiritual.
4. Cuando la iglesia ha perdido su identidad Cristo céntrica. Se considera que una congregación no está alineada con la enseñanza bíblica cuando deja de practicar los sacramentos establecidos en las Escrituras. Estos incluyen:
- El matrimonio entre un hombre y una mujer, como institución divina que refleja la unión entre Cristo y su iglesia.
- El bautismo en agua, como acto de obediencia y testimonio público de fe en Jesucristo.
- La Santa Cena, como recordatorio solemne del sacrificio redentor del Señor y expresión de comunión entre los creyentes.
Además, se observa una desconexión espiritual cuando en dicha congregación hay ausencia de la manifestación de los dones del Espíritu Santo, o cuando no se permite a la membresía ejercer libremente los dones que Dios les ha otorgado para la edificación del cuerpo de Cristo.
La iglesia primitiva nos ofrece un ejemplo inspirador en Hechos 8:4, donde se relata que, tras la persecución en Jerusalén, muchos cristianos se dispersaron por otras ciudades.
> “Sin embargo, los que habían sido dispersados iban por todas partes anunciando el mensaje de salvación.”
Este pasaje nos recuerda que, aun en medio de la adversidad o cuando se enfrentan limitaciones en el entorno congregacional, el llamado a compartir el evangelio permanece vigente. La fidelidad a la Palabra y la búsqueda de comunidades que honren la verdad bíblica son esenciales para el crecimiento espiritual y el cumplimiento de la misión cristiana.
5. Por ausencia de enseñanza doctrinal. Es aquella congregación donde el énfasis en un solo tema, como por ejemplo predicar únicamente temas de prosperidad, también, donde solo se promueven milagros, es una iglesia donde se tocan temas motivacionales; es la iglesia que ha dejado la predicación de los fundamentos básicos del evangelio, tales como la salvación, el infierno, el cielo, la trinidad, el arrepentimiento, el nuevo nacimiento, etc.
6. Cuando hay practicas insanas, mundanas. Se considera que una congregación ha perdido la buena moral y los principios sanos de la Palabra cuando sus prácticas y enseñanzas se alejan del fundamento bíblico. Esto ocurre, por ejemplo, cuando se da prioridad a celebraciones de origen secular como Halloween, Navidad, Día de la Madre, Día del Padre, Día del Amor y la Amistad, entre otras, relegando el propósito central del culto: adorar a Dios en espíritu y en verdad.
El culto congregacional no debe convertirse en una plataforma para exaltar tradiciones humanas sin raíz bíblica, sino en un espacio sagrado donde se honra al Señor y se edifica a los creyentes. Cuando estas celebraciones desplazan la centralidad de Cristo, se corre el riesgo de diluir el mensaje del evangelio y confundir a la congregación respecto a su llamado espiritual.
Asimismo, se ha observado que algunas iglesias han habilitado espacios dentro de sus instalaciones para que los jóvenes se “distraigan sanamente”, promoviendo actividades como el baile, el consumo moderado de bebidas y el entretenimiento social, bajo la premisa de evitar el pecado. Sin embargo, estas prácticas pueden desviar el enfoque espiritual y abrir la puerta a conductas que no edifican ni reflejan la santidad que Dios demanda de su pueblo.
Como creyentes, estamos llamados a discernir con sabiduría y a mantenernos firmes en la verdad del evangelio, procurando que nuestras congregaciones sean lugares donde se cultive la reverencia, la enseñanza sana y la comunión genuina con Dios.
7. Inmoralidad en el liderazgo. Antes de abordar este tema tan delicado, es importante hacer una distinción fundamental: ser pecadores no es lo mismo que vivir en inmoralidad. Todos, por naturaleza, somos pecadores; sin embargo, como creyentes hemos sido lavados por la sangre de Cristo, y llamados a vivir en arrepentimiento y santidad. La inmoralidad, en cambio, se refiere a persistir voluntariamente en prácticas pecaminosas sin el deseo genuino de abandonarlas. Ejemplos de estas prácticas incluyen el adulterio, la fornicación, el robo, la pornografía, entre otros.
Es crucial que estas situaciones sean tratadas con seriedad y justicia. Los pecados deben ser comprobados con evidencia clara, y no basados en simples sospechas o rumores. La Escritura establece este principio en 1 Timoteo 5:19:
> “No admitas acusación contra un anciano, a menos que haya dos o tres testigos.”
Puede darse el caso de que el pastor sea un hombre íntegro e irreprensible en su conducta personal, pero permita que algunos líderes ejerzan funciones ministeriales mientras viven abiertamente en inmoralidad. También puede ocurrir que, por temor a perder miembros o generar división, el pastor evite exhortar a la congregación a vivir en santidad, omitiendo predicar sobre temas relacionados con el pecado y la pureza.
Este tipo de omisiones puede debilitar la salud espiritual de la iglesia y comprometer su testimonio ante el mundo. Por eso, es responsabilidad de los líderes espirituales velar por la santidad del cuerpo de Cristo, corrigiendo con amor, firmeza y conforme a la Palabra, para que la iglesia permanezca como una luz en medio de la oscuridad.
8. Maltrato. Cuando una persona ha perdido la autoridad moral y espiritual, con frecuencia recurre al maltrato, la manipulación y exige de manera desmedida que se le obedezca. Este tipo de comportamiento distorsiona el propósito del liderazgo cristiano, que debe reflejar el carácter de Cristo: humilde, servicial y justo.
El maltrato puede manifestarse de diversas formas, entre ellas:
a. Abuso de autoridad. Se presenta cuando el líder sobrepasa sus atribuciones, demandando que los miembros de la iglesia le sirvan personalmente, incluso a costa de sus responsabilidades familiares, laborales o sociales. Este tipo de exigencias no solo son injustas, sino que contradicen el modelo de servicio enseñado por Jesús.
b. Manipulación. Ocurre cuando el líder, aprovechando su posición, formación y conocimiento de las circunstancias personales de quienes guía, influye en sus decisiones para obtener beneficios propios, sin considerar el bienestar espiritual, emocional o familiar de sus liderados. Esta actitud revela una profunda desconexión con el corazón pastoral y una falta de temor de Dios.
Lamentablemente, la iglesia de Cristo no está exenta de este tipo de ministros, hombres cuya conciencia ha sido cauterizada, y que sin el más mínimo remordimiento abusan de las personas que deberían cuidar. El apóstol Pablo advirtió sobre ellos en su carta a los filipenses:
“Porque muchos, de los cuales os dije muchas veces, y aun ahora lo digo llorando, son enemigos de la cruz de Cristo; el fin de los cuales será perdición, cuyo dios es el vientre, y cuya gloria es su vergüenza; que sólo piensan en lo terrenal.”
Filipenses 3:18–19
También el apóstol Pedro exhortó a la iglesia sobre este peligro:
“Y por avaricia harán mercadería de vosotros con palabras fingidas. Sobre los tales ya de largo tiempo la condenación no se tarda, y su perdición no se duerme.”
2 Pedro 2:3
¿Cuáles son las razones invalidas para cambiar de iglesia?
Debemos reconocer con humildad que Dios nos ha plantado en una iglesia local imperfecta, compuesta por personas que, como nosotros, están en proceso de transformación. Todos somos pecadores redimidos por la gracia, y la iglesia está dirigida por hombres imperfectos que también necesitan la misericordia y dirección del Señor. Esta realidad no debe desanimarnos, sino impulsarnos a crecer en paciencia, amor y compromiso.
El propósito de Dios al colocarnos en una comunidad local no es que encontremos perfección, sino que crezcamos en la gracia y el conocimiento de nuestro Señor Jesucristo, como lo enseña 2 Pedro 3:18. En medio de las imperfecciones, Dios forja nuestro carácter, nos enseña a perdonar, a servir con humildad y a perseverar en la fe.
Por eso, antes de considerar cambiar o abandonar una congregación, es necesario discernir con sabiduría y madurez. Hay aspectos que, aunque pueden generar incomodidad o desacuerdo, no tienen el suficiente peso espiritual ni doctrinal como para justificar una ruptura con la comunidad que Dios nos ha confiado. Algunos de estos aspectos incluyen:
- Preferencias personales sobre el estilo de música, la duración del culto o la forma de predicación.
- Diferencias culturales o generacionales, que pueden ser oportunidades para aprender y enriquecer la comunión.
- Falta de reconocimiento o protagonismo, cuando el deseo de servir se mezcla con expectativas humanas.
- Conflictos interpersonales no resueltos, que deberían ser abordados con diálogo, perdón y reconciliación.
- Cambios en la estructura o dinámica del liderazgo, siempre que se mantenga la fidelidad doctrinal.
Abandonar una iglesia por razones superficiales puede reflejar una falta de arraigo espiritual y una visión individualista del cuerpo de Cristo. La iglesia no es un lugar que se “consume”, sino una familia en la que se ama, se sirve y se crece juntos.
En ocasiones, algunos hermanos deciden cambiar de iglesia por razones que, aunque comunes, carecen de fundamento espiritual sólido. Estos motivos suelen estar más ligados a preferencias personales que a convicciones bíblicas. A continuación, se presentan algunos ejemplos:
a. “Porque no siento nada”
La vida cristiana no se basa en emociones pasajeras ni en experiencias sensoriales intensas. Es un camino de fe, obediencia y perseverancia, en el que muchas veces no sentimos, pero creemos. El crecimiento espiritual no siempre se acompaña de sensaciones, sino de frutos visibles como el amor, la paciencia, la humildad y la fidelidad. Recordemos que la madurez espiritual se forja en la constancia, no en la emoción.
b. “Porque el pastor no predica como yo quiero”
Dios nos coloca en una congregación no para que todo se ajuste a nuestras expectativas, sino para que aprendamos, sirvamos y seamos pastoreados. Tal vez el estilo de predicación del pastor no sea el que usted prefiere, pero eso no significa que no sea un siervo fiel. Puede ser un hombre íntegro, temeroso de Dios, que ama y cuida del rebaño con sinceridad. Lo importante no es la forma, sino la fidelidad al mensaje de Cristo.
c. “Porque no me gusta la alabanza”
La alabanza no es un espectáculo para nuestro agrado, sino una ofrenda espiritual para el Señor. Es el momento en que entregamos nuestro corazón en adoración, independientemente del estilo musical o de nuestras preferencias. Dios no se deleita en los géneros, sino en la sinceridad, la reverencia y la entrega del corazón. Como dice la Escritura, Él busca adoradores en espíritu y en verdad.
---Cambiar de congregación por motivos como estos puede reflejar una visión superficial de la iglesia y del llamado cristiano. Antes de tomar una decisión, es vital examinar el corazón, buscar consejo sabio y orar con sinceridad, recordando que la iglesia es una familia espiritual, no un lugar de consumo religioso.
A lo largo de este recorrido, hemos reconocido que la vida en comunidad dentro de la iglesia local está llena de desafíos, imperfecciones y momentos de prueba. Sin embargo, también está llena de oportunidades para crecer, servir y ser transformados por la gracia de Dios. No estamos llamados a buscar perfección en los demás, sino a reflejar el carácter de Cristo en medio de la imperfección.
La iglesia es el taller donde el Espíritu Santo moldea nuestro corazón, donde aprendemos a amar con paciencia, a perdonar con humildad y a caminar en unidad, incluso cuando no todo es como quisiéramos. Cambiar de congregación puede ser necesario en ciertos casos, pero nunca debe ser una decisión impulsiva ni motivada por preferencias personales o heridas no sanadas.
Por eso, te invito a detenerte un momento y examinar tu corazón. ¿Estás buscando comodidad o estás dispuesto a crecer en medio del compromiso? ¿Estás huyendo del conflicto o aprendiendo a resolverlo con madurez? ¿Estás siendo parte activa del cuerpo de Cristo o simplemente observando desde la distancia?
Que el Señor te conceda sabiduría, paz y discernimiento para permanecer firme donde Él te ha plantado, o para moverte si es Su voluntad —pero siempre con reverencia, humildad y amor por Su iglesia.
Josué D. Aya
Ps. CRC Kennedy
#ElPasDanny
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