De niño conocí la historia de Jonás, el hombre que, por milagro divino, permaneció tres días en el vientre de un gran pez. Aunque ese episodio suele ser el más recordado, no todos perciben la enseñanza espiritual que lo sostiene.
Dios elige a Jonás para llevar a cabo una tarea puntual: “Levántate y ve a Nínive, aquella gran ciudad, y pregona contra ella; porque ha subido su maldad delante de mí” Jonás 1:1
El profeta Nahúm llamó a Nínive “ciudad de derramamiento de sangre” (Nahúm 3:1), denunciando su crueldad y violencia desmedida. Como capital del Imperio Asirio, Nínive fue el epicentro político y militar de una potencia conocida por su brutalidad y expansión implacable.
En el año 722 a.C., bajo el mando de Salmanasar V y luego Sargón II, los asirios conquistaron Samaria, capital del Reino del Norte, marcando el fin de ese reino israelita y provocando la deportación masiva de sus habitantes. Las tácticas de guerra asirias eran despiadadas: torturas, humillaciones públicas y desplazamientos forzados eran comunes. Nínive, como sede del poder imperial, encarnaba esa violencia.
Entre los siglos IX y VII a.C., Nínive alcanzó su máximo esplendor como capital del Imperio neoasirio. Era célebre por sus murallas colosales, palacios majestuosos y templos dedicados a deidades como Ishtar, reflejo de una cultura sofisticada pero profundamente idólatra.
Así, Nínive no solo fue enemiga militar de Israel, sino también símbolo de arrogancia espiritual.
En medio de un contexto marcado por el pecado y la violencia, Dios llama a Jonás para que actúe como mensajero de arrepentimiento y fe ante Nínive. La misión es clara: advertirles del juicio inminente, a menos que se vuelvan a Dios. Pero Jonás reacciona de forma inesperada:
“Y Jonás se levantó para huir de la presencia de Jehová a Tarsis, y descendió a Jope, y halló una nave que partía para Tarsis; y pagando su pasaje, entró en ella para irse con ellos a Tarsis, lejos de la presencia de Jehová.” (Jonás 1:3)
Tal vez Jonás, como muchos de sus compatriotas, no deseaba ver a sus enemigos perdonados. Después de todo, los ninivitas — soldados crueles del Imperio Asirio — habían causado profundo dolor al pueblo de Israel. En lugar de compasión, Jonás esperaba justicia, o incluso venganza divina. Pero el llamado de Dios desafiaba esa expectativa: era una invitación a extender gracia incluso a los verdugos.
Milagro Vs Juicio divino. El pez no fue simplemente el milagro que sostuvo la vida a Jonás; este gigantesco animal marino representó el juicio de Dios sobre el profeta debido a su terca desobediencia y falta de empatía.
He escuchado muchas veces la interpretación de que Dios libró a Jonás del vientre del pez como si este episodio hubiera sido algo fortuito dentro del plan divino. Sin embargo, la Biblia relata que Dios preparó al animal y orquestó toda esta situación con un propósito específico. Jonás 1:4,17; 2:18
El plan divino tenía como propósito la salvación de una nación. Jonás fue llamado a llevar a los habitantes de Nínive un mensaje de fe, arrepentimiento y esperanza. Tras ser vomitado por el pez y experimentar un profundo arrepentimiento — como se relata en el capítulo 2 — Jonás finalmente decide cumplir la misión encomendada por Dios. Su mensaje fue tan poderoso y conmovedor que provocó una respuesta colectiva: desde el rey hasta los animales, todos se volvieron a Dios en arrepentimiento (cap. 3:4–10).
No obstante, las palabras de arrepentimiento y clamor que Jonás pronunció desde el vientre del pez parecen estar motivadas más por el instinto de supervivencia que por una genuina disposición a llevar el mensaje de salvación a los perdidos ninivitas. Aunque el profeta acudió en obediencia a Nínive y predicó con poder, su actitud posterior — descrita en el capítulo 4 — revela una resistencia interna que contrasta con su aparente obediencia. Esta actitud recuerda la parábola de los dos hijos narrada por Jesús, en la que uno dice que no irá, pero luego se arrepiente y cumple la voluntad del padre, mientras que el otro promete ir, pero no lo hace (Mateo 21:28–32). Aunque Jonás sí fue, su corazón no estaba alineado con el propósito divino, lo que lo hace tan desobediente como el hijo que no cumplió su palabra.
El evangelio es, por esencia, el mensaje compasivo y misericordioso de Dios. Por ello, se esperaría que quien lo proclame encarne ese mismo espíritu de amor y gracia. Sin embargo, el relato de Jonás presenta una paradoja inquietante. En el capítulo 4 vemos al profeta en profundo conflicto con Dios tras el éxito de su predicación en Nínive. En lugar de regocijarse por la conversión masiva, Jonás se llena de ira, revelando un corazón aún marcado por el deseo de juicio más que por la misericordia.
Aunque predicó el mensaje de arrepentimiento que produjo una cosecha abundante de almas, su actitud demuestra que su corazón seguía tan distante del propósito divino como lo está Tarsis de Nínive. El texto lo expresa con crudeza:
“Pero Jonás se apesadumbró en extremo, y se enojó. Y oró a Jehová y dijo: Ahora, oh Jehová, ¿no es esto lo que yo decía estando aún en mi tierra? Por eso me apresuré a huir a Tarsis; porque sabía yo que tú eres Dios clemente y piadoso, tardo en enojarte, y de grande misericordia, y que te arrepientes del mal.” (Jonás 4:1–2)
Este pasaje revela que, aunque Jonás conocía el carácter de Dios, no lo compartía. Su obediencia externa contrastaba con una resistencia interna, lo que nos invita a reflexionar sobre la importancia de alinear no solo nuestras acciones, sino también nuestras motivaciones con el corazón de Dios.
Tal fue el desagrado e indignación de Jonás, que deseo su muerte, definitivamente no soportó ver como Dios actuaba en misericordia y no en juicio como él lo esperaría. En la precepción de Jonás, era para para él mejor verlos consumidos por la ira de Dios que verlos salvos por el fuego de la gracia. Cap. 4:3 “Ahora pues, oh Jehová, te ruego que me quites la vida; porque mejor me es la muerte que la vida.”
El versículo 4 del capítulo final de Jonás contiene una pregunta cargada de significado:
Esta interrogante, aparentemente sencilla, revela un momento de confrontación divina. Dios no solo cuestiona la actitud del profeta, sino que lo invita a examinar su corazón. ¿Es esta una pregunta retórica? Muy probablemente. El Señor, que ya había visto a Jonás clamar desde el vientre del gran pez con humildad y quebranto, esperaba quizás una respuesta similar: una actitud de reflexión, de reconocimiento ante la misericordia divina.
Pero lo que recibe es todo lo contrario. La reacción de Jonás es áspera, egoísta y desafiante. Según el relato, no responde con palabras sabias ni con arrepentimiento. En cambio, se aparta, dejando a Dios “hablando solo”, como quien se rehúsa a dialogar con el amor que lo salvó. Esta escena expone la obstinación del profeta: su deseo de justicia humana por encima de la gracia divina, su incomodidad ante un Dios que perdona más de lo que castiga.
La ira de Jonás era como un volcán en plena erupción: intensa, ardiente y desbordada. Su corazón albergaba una esperanza inquietante—la expectativa de que Dios respondiera a su clamor por justicia con la destrucción de Nínive. Deseoso, ansioso y expectante, Jonás no solo predicó el mensaje de arrepentimiento, sino que también se aferró al deseo de ver el juicio divino caer sobre la ciudad.
Con absoluta certeza de que aún podría presenciar aquel castigo, Jonás se retiró al oriente de Nínive, construyó una enramada y se sentó bajo su sombra, como quien espera un espectáculo anunciado. El texto lo describe así:
“Y salió Jonás de la ciudad, y acampó hacia el oriente de la ciudad, y se hizo allí una enramada, y se sentó debajo de ella a la sombra, hasta ver qué acontecería en la ciudad.” (Jonás 4:5)
Los últimos versos del capítulo cuatro son realmente espectaculares, Dios le daría la estocada final el obstinado evangelista, predicador del evangelio con paciones vergonzosas y sed de venganza.
La enramada que Jonás construyó es tan simbólicamente ineficaz como los taparrabos que Adán y Eva cosieron tras su caída. (Génesis 3) Ambos intentos representan el esfuerzo humano por cubrir la vergüenza, la frustración o el desacuerdo con Dios mediante soluciones superficiales e insuficientes. En el caso de Jonás, su refugio no era solo físico, sino también emocional: una sombra para esconder su enojo, su decepción y su resistencia ante la misericordia divina.
Estas actitudes, aunque antiguas, siguen repitiéndose en nosotros. Pretendemos cubrir nuestras faltas con gestos externos, mientras el corazón permanece en conflicto con la voluntad de Dios. Lo más impactante es que, a pesar de su evidente inutilidad, seguimos cayendo en las mismas respuestas patéticas: esconder, evadir, justificar.
La estocada maestra. Jonás estaba a punto de experimentar en carne propia aquello que tanto deseó para Nínive. Su decisión de construir una enramada fue, en primer lugar, una acción ridícula e inútil, como si pudiera protegerse del juicio divino con sus propios medios. Pero en segundo lugar, Dios —a pesar del corazón obstinado del profeta— le muestra una vez más su compasión, haciendo crecer milagrosamente y en tiempo récord una calabacera que le brindara sombra y alivio:
Este gesto revela nuevamente la actitud egoísta de Jonás, similar a la que mostró en el vientre del gran pez: agradece el beneficio personal, pero sigue sin comprender el corazón misericordioso de Dios.
El tercer aspecto es sencillamente sublime: Dios no solo busca aliviar el malestar físico de Jonás, sino también liberarlo de su orgullo. ¡Qué acto tan extraordinario! Solo un Dios lleno de amor puede alcanzar tal nivel de compasión, incluso hacia quien lo desafía.
En cuarto lugar, Jonás experimenta la ira de Dios, no a través de castigos violentos, sino mediante una serie de eventos sencillos pero profundamente reveladores. Dios prepara un gusano que destruye la calabacera, luego un viento abrasador y un sol implacable que hieren a Jonás hasta el punto de desear la muerte:
“Pero al venir el alba del día siguiente, Dios preparó un gusano, el cual hirió la calabacera, y se secó. Y aconteció que, al salir el sol, preparó Dios un recio viento solano, y el sol hirió a Jonás en la cabeza, y se desmayaba, y deseaba la muerte, diciendo: Mejor sería para mí la muerte que la vida.” (Jonás 4:7–8)
Cuando Dios le pregunta si está tan enojado por la calabacera, Jonás responde con una intensidad desproporcionada:
“Mucho me enojo, hasta la muerte.” (Jonás 4:9)
En quinto lugar, Dios le da una lección magistral de misericordia. Como decimos en Colombia: “Dios no castiga ni con palo ni con rejo, sino con su mismo pellejo.” Jonás, en un solo momento, experimenta tanto la ternura como la severidad de Dios. Es una confrontación directa con la realidad de su propio corazón.
Finalmente, los dos últimos versículos del libro son una conclusión poderosa. Dios revela su perspectiva divina, contrastando la compasión que Jonás tuvo por una planta con la que Él tiene por una ciudad entera:
“Tú tuviste lástima de la calabacera, en la cual no trabajaste, ni tú la hiciste crecer; que en espacio de una noche nació, y en espacio de otra noche pereció. ¿Y no tendré yo piedad de Nínive, aquella gran ciudad donde hay más de ciento veinte mil personas que no saben discernir entre su mano derecha y su mano izquierda, y muchos animales?” (Jonás 4:10–11)
Este cierre no solo expone la pequeñez del corazón humano frente a la grandeza del amor divino, sino que nos invita a revisar nuestras propias actitudes: ¿nos alegramos por la misericordia de Dios, o deseamos que otros reciban lo que creemos que merecen?
El Dios del libro de Jonás: amor que desafía el juicio
El Dios que se revela en este breve pero poderoso libro es, sin lugar a dudas, Él único Dios de las Sagradas Escrituras: Él Dios que, una y otra vez, se manifiesta como fuente de amor, compasión y misericordia. En contraste, Jonás encarna el corazón endurecido de muchos en la actualidad — actitudes egoístas, carentes de empatía, y profundamente desconectadas del carácter divino.
Lo más sorprendente es que muchos creyentes hoy proclaman un mensaje de amor y gracia, pero en lo profundo actúan como jueces. Comparten el evangelio esperando que quienes lo rechacen sean castigados por Dios, olvidando que, si se tratara de merecer juicio, ellos mismos serían los primeros en enfrentar el paredón.
El gran llamado de Dios en este relato no es solo a obedecer, sino a adoptar una compasión tan radical que nos lleve incluso hacia quienes nos han herido. Aquellos que, según nuestra lógica, merecen justicia, son precisamente los destinatarios del mensaje de salvación. Y es allí, en ese acto de amor inmerecido, donde el corazón de Dios se revela con mayor claridad.
Josué D. Aya
Ps. CRC Kennedy
#ElPasDanny
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Importantísimo el Señor confirma su palabra que tuvimos hoy en el ayuno en la iglesia. Las motivaciones del corazón que nos desvían de lo que él quiere hacer. Y terminamos tan desconectados creyendo estar cerca podemos habernos desviado. Solo la comunión verdadera, en espíritu y verdad nos puede ayudar a tener nuestros sentidos, pensamientos bajo su verdadero sentir y voluntad.
ResponderEliminarGracias por tu amable comentario, gloria a Dios por su obra perfecta.
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